domingo, 4 de febrero de 2007

A Joaquín Manzano, pastor humilde. In memoriam

Hoy quiero honrar la memoria de una persona que, junto a su hermano Lolo, me enterneció el alma. Hace dos días que murió el bueno de Joaquín Manzano, pastor humilde; pero no de almas, sino de ovejas.


En octubre del año pasado, después de escuchar tantas historias suyas, lo conocimos en persona. En realidad es padre y suegro de unos viejos amigos míos que conozco desde hace bastantes años (él, Pepe, compartió piso y vivencias conmigo en nuestros años de universidad, y siempre hemos mantenido un contacto prácticamente como de familia).

Joaquín ya estaba verdaderamente estropeado, entre otras cosas por su vida al desabrigo de las inclemencias de la climatología de la dehesa extremeña. Pero si algo lo tenía, de verdad, machacado, fue la historia del final de una larga vida dedicada a servir laboralmente a uno de los caciques de su pueblo; que, por supuesto, no tengo más remedio que contaros.


Hace ya unos años, estos señores dueños de grandes tierras y de abundante ganado, no tuvieron mejor ocurrencia que decidir despedir (quitarse de en medio) a dos de sus trabajadores más mayores (nuestros amigos Joaquín y Lolo).

No contentos con lo barato que está el despido últimamente, estos señores no tienen mejor ocurrencia que inventarse una cruel argucia para ahorrarse unos dineros, que poco significan para sus arcas.

Conocedores del analfabetismo de nuestros amigos, les presentaron unos papeles, pidiéndoles que los firmaran, ya que era algo para su beneficio. Debido a su inocencia, Joaquín y Lolo no dudaron de la palabra de quien les entregaba unos documentos en los cuáles, sin saberlo, estaban solicitando la baja voluntaria de la empresa que los tenía contratados.

Ya os imagináis cuando llegaron a casa... Desde entonces, de todo. Denuncias, juicios, abogados que los representaban que acababan siendo comprados por el cacique, y un sinfín de etcéteras.

El tiempo, poco a poco ha ido poniendo las cosas en su sitio. Pero poco a poco y no del todo.



Anteayer, Joaquín moría en el hospital de Badajoz. Y mientras mi buen amigo Pepe, me contaba que salían del Tanatorio de Azuaga para ir a la iglesia de Maguilla; me vino a la memoria el momento en que nos despedimos, después de nuestros días de visita.

Joaquín y Lolo estaban en la sala de su casa, uno a cada lado de la mesa, frente al televisor. Así solían pasar gran parte de los días, conformándose cada uno de ellos con contemplar al hermano frente a él. Ambos ya estaban bastante enfermos por diversos motivos, entre ellos y como ya se dijo, por su vida de duro trabajo.

Nos acercamos a su casa para despedirnos. Y cuando nos acercamos a ellos, Lolo empezó a llorar amargamente: -Pero que poco tiempo se han quedado-

Joaquín, que ve a su hermano tan triste, no tiene otra ocurrencia que ponerse él también a llorar, tristemente, mientras Juani, su hija, trataba de consolarlos diciéndoles que volveríamos pronto por allí y que nos quedaríamos más tiempo.


Allí comprendí, cuánta y de qué clase puede ser la inocencia de la gente humilde y buena del campo. ¡Qué gente!

También se me abrió el estómago cuando, sabedor de sus historias, me di cuenta de cuán terrible y cruel persona es aquella que, aprovechándose de la sencillez e inocencia de nuestros amigos, quiso sacarles hasta el alma.


Cómo es posible que todavía no se haya podido terminar con las malditas reminiscencias de tantos años de fascismo, quiero decir franquismo, en España.

Y cómo no va a ser posible, si han sido tantos años... Tantos años... Tantos.

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